Por la continuación del cine
He aquí mi lista. Le he puesto un título, consérvenlo y, por adelantado, se lo agradezco. Pues lo que cuenta para mí, ahora, es que, bajo todas las formas posibles e imaginables, siga habiendo cine, «kynema» como decía el brasileño Glauber Rocha, que escribía griego con faltas de ortografía, pero lo hacía simplemente para hacer reflexionar a sus contemporáneos sobre hechos de civilización, obligarles, como un poeta, como nuestro Apollinaire, a deshacerse de toda antigüedad greco-romana, pero para así poder mejor reenseñar a los pájaros de Zeuxis a venir a picotear en los cuadros que representan frutos. Por otra parte, me han dejado ustedes la libertad de extender esta lista, al mismo título que a películas, a eventos de cine. Y puesto que me la han dejado, la he tomado.
1) Comienzo, pues, por el ejercicio clásico: los estrenos en salas comerciales durante el año 2011, en Francia, en mi caso. Incontestablemente, y sin la sombra de una duda, pienso para empezar en el último largometraje de Robert Guédiguian, Les Neiges du Kilimadjaro. Cuestión de política de los autores, para empezar. Mi gusto cinematográfico se formó en los Cahiers du Cinéma, en la bisagra de los años sesenta y setenta, cuando aún dominaba (y con razón, porque AH y HH… ¡qué cineastas!) el hitchcock-hawksismo, incluso si se enriquecía de ford-godardismo, o incluso se abría al «cines libres del mundo entero, ¡uníos!». Me queda de ello algo que condiciona incontestablemente aún mis criterios de evaluación del cine en términos de interés prioritario por el (o la) realizador, metteur en scène, cineasta, enfin, aquel o aquella que firma la película, lo cual no impide en lo más mínimo adorar a los actores, los directores de fotografía, los guionistas y tantos otros. El hábito de buscar esa firma de autor y seguirla. Por ejemplo, la idea de seguir a Charlie Chaplin hasta su A countess from Hong Kong, incluso si para ello es necesario afrontar la incomprensión de muchos, y tomarse la pena de considerar con atención una película verdaderamente rara y no tan divertida. Guédiguian Robert, pues, fielmente. Fue mi amigo Patrice Rollet quien me hizo descubrir, con retraso, cuando comenzamos a trabajar juntos para hacer que Trafic existiera, los cuatro primeros largometrajes de este cineasta, que son magníficos, realizados durante los años ochenta: Dernier été, Rouge midi, Ki lo sa ? , Dieu vomit les tièdes. Son escasos, creo, aquellos o aquellas que forman solos su gusto por el cine: amar las películas, hoy estoy segura de ello, incluye siempre una parte de preconcepción. «Se» nos ha dicho de ir a verlas. Se nos ha dicho «está bien». Con la edad, la experiencia, aprendemos a pesar el valor de ese «se» e incluso a olfatear de lejos, por oídas o incluso por no-oídas, que podemos o no podemos pasar de cierta película. Así que vi todas las películas de Robert Guédiguian. Pero como mi muy querido amigo Rollet, con el que me meto afectuosamente ya de paso, pues él, y es más fuerte que él, tiene la manía de lo minoritario enganchada al espíritu crítico, y vomita todo lo que sea consensual, no dejé de lado a ese buen señor cuando se puso a obtener un gran éxito público con su Marius et Jeanette. Si me gustan particularmente estas Neiges du Kilimandjaro, es porque esta ficción en forma de fábula sobre la clase obrera dice para mí verdades profundas sobre Francia, sobre Europa, sobre el mundo tal y como va mientras nosotros vivimos en él nuestras vidas: aquí, en todas partes, hay trabajadores que han luchado, o que deberán hacerlo, para conquistar derechos, al pan y a las rosas, y conservarlos. Pues una vez conquistados esos derechos, el pan y las rosas ganados por unos no implican necesariamente el pan para los otros, y las rosas aún menos. La invidia comienza, el viejo rencor latino, y la injusticia se instala, pues todos los derechos conquistados comienzan a ser gravemente cercenados, y la cuestión permanece, siempre la misma, aun pasada de moda: ¿Qué hacer? Ki lo sa? Eso es. Tengo ganas de que el cine me hable del mundo, de cómo va bien o mal. E incluso de la sociedad, que es un asunto de nuestro mundo. Me gusta esa transitividad del cine: ese poder que tiene y que sueño que conserve, que me hable de verdades vivas que conciernen a los hombres y a las mujeres.
2) Todavía con los estrenos en salas comerciales en Francia en 2011, Mafrouza, 1, 2, 3, 4 y 5. Pues es justamente esa la opera prima, la obra maestra de mujer y de cineasta mayor que ha conseguido Emmanuelle Demoris: la de estrenar en París cinco largometrajes de una sola vez. Sin despreciar la sociología, diría que fue una vez más nuestro Pierre Bourdieu quien tenía ya razón cuando, en su gran libro La Reproduction, publicado con Jean-Claude Passeron en las Editions de Minuit en 1970, escribía en sustancia (inolvidable para mí) que las mujeres, al no tener, en aquella época, la promesa de las mismas cuotas estadísticamente probables de éxito en sus estudios y en sus vidas profesionales, necesitaban, en ambas, bregar como animales en el trabajo y mostrarse en ocasiones más serias y mas obstinadas en él que los hombres. Cuarenta años después, el paisaje de los sexos ha cambiado mucho, y los territorios, en cuanto a géneros, están mejor repartidos o mezclados, lo cual viene a ser (un poco) lo mismo. En lo que a mí respecta, no me he vuelto feminista, ni lo he sido jamás. Los hombres se muestran todavía, con demasiada frecuencia, bastante machistas; pero es raro que sean abiertamente «hombristas». ¿Qué sentido tendría? El poder que tienen desde hace milenios, más o menos civilizados, en el occidente judeo-cristiano, por ejemplo, no tienen ninguna necesidad de reivindicarlo. Siguiendo su ejemplo, y a pesar de la grave cuestión de la historia humana sexuada que esta continuación del mundo obliga a plantear y a pensar, por qué tendrían las mujeres que reivindicar el poder que ya tienen; al menos la única prueba que pueden dar de su capacidad de tomar ese poder consiste, simplemente, en ejercerlo con talento.
Desde este punto de vista, el quinteto egipcio de Emmanuelle Demoris es, en mi opinión, literalmente cinco veces el más hermoso estreno en salas del año 2011.
3) L’Inconsolable de Jean-Marie Straub es un cortometraje de 15 minutos, basado una vez más en los Diálogos con Leuco (de uno de esos diálogos, del cual la película toma su título), del escritor Cesare Pavese. Estrenada a primeros de 2012, fue rodada en 2011, razón por la cual la retengo, así como también habría podido pensar en O somma luce, basada en el Paraíso de Dante, que fue estrenada en Francia en enero de 2011 pero había sido rodada en 2010. Lo importante es que Straub no pare de hacer películas y que, desde hace años lo haga sobre todo con actores que en cierto modo se han convertido en «su tropa», puesto que comienza a trabajar con ellos para la escena, en el Teatro Francesco di Bartolo de Buti, cerca de Pisa, los textos que a continuación les hace adaptar con él al cine. Esa costumbre de trabajo en común con esos actores aficionados italianos comenzó cuando aún vivía Danièle Huillet, esposa de Straub, fallecida en 2006, y continúa sin ella. «Sin ella» no es, de hecho, del todo cierto, puesto que, desde un punto de vista musical, es absolutamente incontestable que aún oímos la voz de Danièle Huillet en todas las películas que han sido realizadas por Jean-Marie Straub tras la muerte de su esposa y compañera de trabajo. Oímos sus inimitables entonaciones ligadas a la vigorosa descomposición métrica y a la articulación de los textos, a una suerte de labrar el campo de los textos mediante la voz. Después de todo, es completamente normal: ¿no trabajó ella la dicción con los actores de Buti? Evidentemente, Jean-Marie refunfuña, farfulla, murmulla, protesta, cuando se escribe que ese Inconsolable es su autoretrato en tanto que viudo inconsolable de Danièle. Está aún más autorizado a esa irritación cuando el texto mismo de Pavese da la vuelta a todo el romanticismo bobalicón que el mito de Orfeo ha podido engendrar en torno al amor más fuerte que la muerte, el regreso del Hades con la esposa sostenida de la mano y que pierde como un cretino una segunda vez, etcétera.
Y, sin embargo, así es: no podemos dejar de pensar en la persona de Straub cuando vemos esta película. Extraño pero cierto, como decía Fritz Lang en Le Mépris de Godard, hablando de Hölderlin, cuyos escritos han hablado bien fuerte, también, a y a través del trabajo de Danièle, a y a través del trabajo de Jean-Marie. En todo caso, a mi modo de ver, y de oír, Danièle no está muerta en tanto que Jean-Marie está vivo, es decir, en tanto que trabaja a partir de textos, como sistemáticamente ha hecho desde siempre, y lo hacía con Danièle. A fuerza de mantener el cine al pie de la letra de los textos, en el fondo es muy normal que el texto se ponga de repente a actuar como un espejo del hombre. «Los espejos harían bien si dejasen de reflejar» decía Cocteau. Pero no era sino una ocurrencia ingeniosa: los espejos sólo están hechos de eso, de su capacidad reflectante. En cada película, en todo caso, Straub reinventa, como lo hacía al trabajar con Danièle, una nueva frescura en sus procedimientos de encarnación del texto, sea este literario, teatro, prosa o poesía, musical, operístico o incluso pictórico. En cada ocasión sucede como en el Bach/Film: está «grabado en el cobre», es aguafuerte, es la alegría del texto que se encarna y se canta. No hay necesidad de hacer monerías para pedirle, a esa alegría, que se quede: basta con colocar la cámara frente a ella para convocarla y decirle «quédate, pues, aquí», mediante la enunciación instrumental del texto, por la voz, por la imagen. Es hermoso verlo, es hermoso oírlo. La Madre, última película de Straub, salida una vez más de los Diálogos con Leuco, y con esa misma actriz extraordinaria, Giovanna Daddi, en forma de columna dórica, que, fijada en el suelo, da la sensación sostener un templo, parece que está también rudamente bien. Mi amigo Jacques Bontemps me lo ha dicho y confío en él. El erudito Patrick Brion solía salir muy encendido de las proyecciones del cineasta hollywoodiense que él prefería por encima de todos, gritando «¡Viva Richard Thorpe!». A veces yo también tengo ganas de gritar… «¡Viva Jean-Marie Straub!».
4) Os Ultimos Cangaceiros, de Wolney Oliveira. Los que me conocen y me quieren se habrían sorprendido mucho si una película brasileña no se encontrase en mi lista. Descubrí esta película en junio de 2011, en el Festival Iberoamericano de Fortaleza, donde no habría sido decente, evidentemente, que participase en competición, puesto que es el director del Festival, Wolney Oliveira, quien la ha realizado, y su mujer, Margarita Hernandez, codirectora del mismo Fesitval «Ciné-Cearà», quien la ha producido. Es un largometraje documental sobre una pareja de ancianitos (no es que ser anciano sea ser pequeño, sino que los dos son de escasa estatura), extraordinariamente vivos, casi centenarios en el momento de ser filmados, y que son los últimos supervivientes de la banda de Lampião y María Bonita, los famosos cangaceiros cuya existencia real está tan documentada por la historia como amplificada por el mito en Brasil. Ver a esos dos viejos en carne y hueso tiene pues, para empezar, algo de asombroso e, incluso, de irreal. No se sabía que aún estuvieran con vida, esos dos. Quedaban de ellos imágenes de archivo, en particular la famosa filmación de la banda, realizada en 1936 por Benjamin Abraão, divulgador de noticias y fotógrafo aficionado, que fue utilizada en incontables ocasiones en Brasil, bien directamente insertada en documentales, bien como inspiración para vestuarios y personajes en películas de ficción. Entre los escasos rastros fotográficos de la aventura de estos fuera de la ley del Noreste se encontraba la siniestra famosa imagen de las cabezas de los canganceiros cortadas, y expuestas al público para dar ejemplo, por los milicianos de Getulio Vargas, enviados en brigadas «volantes» al sertão a finales de los años treinta para acabar con la anarquía que representaba la lucha de los cangaceiros. Ver revivir hoy a estos dos compañeros de Lampião es un poco como si dos centenarios maliciosos y llenos de vida viniesen a contar en un documental francés cómo sobrevivieron a la exterminación de la banda de Manouchian, y su vida en esa banda, y desde entonces. En cierto modo, los resucitados, y los más preciosos testigos, del Affiche Rouge. O también, en España, supervivientes de Guernica que viniesen a contar el bombardeo tras salir del cuadro de Picasso. Es sobrecogedor y, además, es divertido. Pues este documental desvela, con inteligencia y precisión, con humor y ternura, sin tomarse a sí mismo en serio pero con toda la gran seriedad de las investigaciones en las que se apoya, cómo la mitología del cangaceiro forma hoy parte de las riquezas folclóricas fundadoras del Noreste, en el sentido más noble del folklore: leyenda e historia del pueblo. O cómo Durvinha y Morento pasaron, durante su vida, del status de fuera de la ley a el de monumento regional, si no nacional, lo cual es a la vez muy extraño, muy emotivo y muy interesante desde un punto de vista histórico y geopolítico en lo que concierne a la evolución del lugar que Brasil ocupa en el mundo en este nuevo siglo.
Os Ultimos Cangaceiros (Wolney Oliveira, 2011)
Traducido del francés por Fernando Ganzo.