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La dedicación, pero no
la devoción. La resistencia.
La del cuerpo, hasta el final.
La resistencia física.
La resistencia del espíritu,
la poesía, pues, que no acaba
y que no es el sueño,
decía ella, sino la realidad,
ahí siempre, asida en
su trazo sonoro y visual.
Era la exigencia del trabajo.
Para quien había visto
la belleza,
ella asentaba su presencia.
Perdón por decirlo.
¡Danièle, cómo eres bella!
Publicado originalmente en Dérives, nº1.
Todo nuestro agradecimiento
a Jean-Claude Rousseau
por habernos permitido esta publicación.
Traducido del francés por Carlos Saldaña.